Jason Chatfield: «Publicar en The New Yorker es el Everest de la profesión»

por Daniel Arribas

Tiempo de lectura: 12 minutos

Desde bien pequeños nos han enseñado que el orden de los factores no altera el producto. Jason Chatfield (Australia, 1984) ha exprimido esta máxima matemática hasta la saciedad a lo largo de su vida profesional. Ya sea en forma de dibujo o de monólogo, su objetivo siempre es el mismo: hacer reír. Algo tan básico y a su vez tan complejo.

Dicharachero, expresivo y con un marcado acento australiano, Chatfield responde a las preguntas desde su estudio en Nueva York, ciudad en la que se asentó hace ya cinco años, cuando decidió dejar atrás su rutina en Perth («la capital más aburrida de Oceanía») y lanzarse al estimulante abismo que supone la Gran Manzana.

Pregunta. Cómico y dibujante. ¿Qué pensaron tus padres cuando se lo dijiste?

Respuesta. Mis padres me apoyaron con el dibujo desde el principio, ya que sabían que era lo que realmente quería hacer desde pequeño. Con la comedia, en cambio, fueron un poco más reacios, ya que, para ser sinceros, no es un campo con una trayectoria profesional muy marcada. Aunque, ahora que lo pienso, pasa lo mismo con el dibujo. En realidad tuve la suerte de tener una familia comprensiva y que supo apoyarme en todo lo que se me daba bien.

P. Lo que buscas en tus dos trabajos es hacer reír a los demás. ¿Es algo adictivo?

R. Creo que es algo inherente al cómico, lo lleva en la sangre. Puedes tomarte un año sabático, pero en última instancia tendrás la inquietud de que lo que haces sea divertido y poder obtener risas por ello. Es como un impulso natural. Siempre estás persiguiendo la risa ajena, ya sea en viñetas o en monólogos. Aunque si profundizas un poco más, lo que realmente persigues es una conexión con otras personas. Creo que era Victor Borge el que lo dijo por primera vez: «el humor es la distancia más corta entre dos desconocidos». No puedo estar más de acuerdo.

P. ¿Cuáles son las diferencias entre ambos?

R. La viñeta es una forma de arte humorística que, como la comedia más pura, conlleva años de perfeccionamiento. Tienes que elegir un estilo, encontrar una voz, descubrir la mecánica de rematar una broma, estructurar una idea de la forma más divertida posible y, en última instancia, ser coherente. Cualquiera puede ser divertido una vez, pero se necesitan años de trabajo para serlo de forma continuada. Esas son las similitudes. La mayor diferencia que he encontrado entre las dos es que la viñeta la dibujas, la envías al editor, la publican y no tienes control alguno sobre ello. Está ahí fuera, puede tener mayor o menor éxito, pero nunca te llega una carcajada. Con el stand-up es diferente. Obtienes una respuesta inmediata. Entrar en una sala repleta de desconocidos y hacerlos reír es tan difícil como poner tinta en un folio y hacer reír a los lectores. Nada es gracioso para todo el mundo, pero puedes obtener una masa crítica de gente a la que le interese tu trabajo. Y eso es lo bonito.

P. ¿Y cómo convives con esa diferencia?

R. Para ser sincero, actuar en vivo es como una droga adictiva. Oyes esa risa, y es una conversación real. A veces, lo único que recibes de una viñeta es un comentario en redes sociales o un mail de la revista en cuestión. La gente se siente extrañamente obligada a compartir lo que no les gusta por encima de lo que sí. Recibir quejas está a la orden del día, especialmente para escuchar lo ofendidas que están ciertas personas por tu trabajo.

P. ¿Cómo sabes que algo es gracioso?

R. Es curioso, porque mi opinión sobre esto cambió hace no mucho. Hace unos años solía escribir o dibujar a raíz de lo que la gran mayoría consideraba gracioso. Estaba algo atado a la opinión de los demás. Sin embargo, de un tiempo a esta parte solo produzco lo que creo que es divertido para mí. Con los años he desarrollado un buen sentido para saber qué puede funcionar y qué no. Tiendes a encontrar tu audiencia siendo tú mismo y no intentando imitar a nadie. Es una lección muy difícil de aprender, y algunos artistas tardan décadas en darse cuenta… como es mi caso.

Chatfield 3

P. ¿Y cuál ha sido tu peor día en todo ese tiempo?

R. Me viene a la cabeza el peor show que he hecho, que fue en Muncie, Indiana. Actué para cuatro personas que estaban completamente a su bola, sin mostrar el más mínimo interés por mi monólogo. El jefe de la sala quería música en directo en todo momento, incluso durante mi actuación, así que el ambiente no era precisamente el idóneo. Para colmo, al acabar me senté encima de mi iPhone y lo rompí. Digamos que no fue el mejor día de mi carrera.

P. ¿Cómo se llega a ser viñetista de The New Yorker?

R. Se necesita mucho sacrificio y constancia. A día de hoy puedo decir que me han publicado muchos trabajos en la revista, pero me ha llevado muchos años conseguirlo. He sido rechazado una y otra vez por The New Yorker. Tardé mucho tiempo en conseguir venderles una sola idea. Creo que la clave para llegar hasta aquí es familiarizarse con el rechazo.

P. ¿Por qué es The New Yorker tan especial? 

R. Siempre se ha considerado como el Everest de la profesión porque es muy difícil que te publiquen, pero a día de hoy creo que están algo más receptivos para valorar nuevos talentos, por lo que no es tan difícil venderles tus ideas. Es una especie de arma de doble filo, porque emociona ver a nuevos artistas que no tuvieron la oportunidad de ser publicados antes, pero significa que muchos de tus dibujantes favoritos no aparecerán tan a menudo. The New Yorker es especial por su prestigio y porque actualmente es la única revista que publica 16 viñetas por número. Y, por qué no decirlo, también es la que mejor paga a sus dibujantes.

P. ¿Cómo se crea una viñeta?

R. Es difícil explicarlo con palabras, pero diría que es como una carrera de fondo con varias etapas. En primer lugar, y probablemente el punto más importante de todos, es el de las ideas. Es solo el inicio del proceso, pero de ahí surge todo. Es algo bizarro, porque tratas de anular todos los filtros y pensar en conceptos que puedan ser atractivos. De todo lo que se te ocurre, solo algunas ideas pasarán el corte para poder ser plasmadas en el papel, así que, en cierto modo, es un punto en el que la libertad mental es absoluta. Eso sí, es una de las partes más difíciles. En cierto modo, tiene similitudes con la búsqueda del alma gemela. Cuando haces por buscarla, no aparece; llega en el momento menos esperado. Con las ideas sucede exactamente lo mismo. Por eso lleno las paredes de anotaciones y bocetos. No quiero desechar ninguna idea. La anoto y ya se queda ahí, esperando un segundo vistazo. Piensa que siempre habrá tiempo para descartarla, pero si no la has anotado puede caer en el olvido.

El segundo paso sería el de plasmar la idea a modo de boceto. The writing, como solemos decir. Aquí ya tienes los ingredientes, solo te falta cocinar el plato. Eso sí, cada dibujante es un mundo, y ninguno cocina el mismo plato que el de al lado. A mí me gusta revolotear por mis anotaciones durante la semana, para tener varios puntos de vista distintos. De un día a otro puede variar por completo mi forma de ver una idea. Es cuestión de probar y probar.

Cuando superas estos dos escalones, la viñeta ya ha salido de la rampa de despegue. Comienza la fase de dibujo. Primero a lápiz y luego con tinta (a mí personalmente me gusta utilizar pluma). Después se borran los trazos que no aportan y se pasa al sombreado, que puede ser de forma manual o digital; depende mucho de cada viñeta. Una vez llegados a este punto, edito y perfilo la viñeta en la tableta gráfica. Por último, le añado el concepto o one-line… ¡y ya tenemos nuestra viñeta lista!

P. Y el resto del día, ¿cómo es tu rutina?

R. Me gusta ejercitarme en el gimnasio al empezar el día, para despejarme y quitármelo de encima. El resto de la mañana la dedico a trabajo de oficina (admin, como yo lo llamo). Todos los martes, por ejemplo, entro a las oficinas de The New Yorker a las once. Me siento en la sala de espera del World Trade Center, le presento mis viñetas al editor y me comenta qué le parecen. Después vuelvo a casa y me encierro en el estudio de una a seis de la tarde para concentrarme y trabajar con calma. Al final, todos y cada uno de los grandes artistas que conocemos tienen sus propias rutinas: trabajan todos los días, no esperan sentados hasta que les llegue la inspiración. Suscribo totalmente la idea de que «los artistas de verdad entregan«.

P. ¿Cuándo te llega la inspiración?

R. Es curioso porque donde mejor fluye mi creatividad suele ser en el baño (risas). Intento crear rutinas que me permitan entrar en una ‘zona creativa’, libre de distracciones. Voy al baño, cojo un cuaderno de dibujo y trato de desarrollar todas las «semillas» de ideas que he escrito la semana anterior, ya sea en mi teléfono o en mi bloc de notas. Convierto esos bocetos en ideas consistentes y las preparo para ser publicadas. A veces lo hago solo, y a veces con mi colega de escritura, que es además co-presentador de mi podcast, Scott Dooley. Es un tipo brillante, con una mente muy creativa y puede convertir una buena idea en una idea excepcional. Recomiendo encarecidamente encontrar un compañero de redacción que tenga un background similar al tuyo, pero una intuición cómica diferente.

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

P. ¿Cómo es el proceso de publicación?

R. Hay diferentes ejemplos. Hasta su reciente cierre, en la revista MAD solían enviarme la idea que necesitaban y yo la dibujaba. En cualquier otra revista lo más habitual es defender tus ideas a modo de ‘pitch’, cuando la viñeta todavía es un borrador a lápiz que deja entrever la idea a desarrollar. Luego, una vez que se aprueba, lo preparo durante un periodo de tiempo que puede variar desde una semana hasta un año, dependiendo de cuándo lo consideren apropiado. Las viñetas diarias que hago para The New Yorker son más inmediatas. Les envío una idea aproximada a las 9h, sobre las 10h recibo el veredicto y, en caso de ser favorable, tengo que tener el dibujo finalizado en torno a las 11:30h para que sea publicado en la web.

P. ¿Qué temas te gusta abordar?

R. Me gusta dibujar sobre las pequeñas nimiedades de la vida. Normas sociales que todos hemos aceptado en algún momento o, simplemente, las cosas más absurdas o carentes de sentido que nos rodean. Creo que, con el tiempo, me he ido alejando de los juegos de palabras para acercarme más a las ideas visuales que plantean una cuestión, como «por qué hacemos esto», «quién fue la primera persona en hacer aquello» o «qué pasaría si esto otro fuera diferente». Hay mucho humor a nuestro alrededor. Solo hay que echarle un vistazo a lo cotidiano y tratar de darle la vuelta.

P. Eres, desde hace bien poco, presidente de la National Cartoonists’ Society, probablemente la asociación de dibujantes más importante del mundo. ¿Cómo recibes la noticia del veto a las viñetas de The New York Times?

R. Sí, es la organización de viñetistas más relevante del mundo desde 1946. Acabo de asumir el cargo de presidente hace un mes, y en ese breve tiempo hemos visto una cantidad excesiva de despidos injustos de dibujantes satíricos. The New York Times decidió prescindir de las viñetas recientemente, una parte de su edición desde el siglo XIX. A lo que se suma el cierre de la revista MAD. ¡Son demasiados ejemplos! En cuanto a la pregunta, creo que la decisión del Times de despedir a los caricaturistas es espantosa, y está dando a los editores de todo el mundo una especie de permiso implícito para hacer lo propio. Para bien y para mal The New York Times es el diario más grande e influyente del mundo. Con acciones como esta podríamos vivir la vertiente negativa, y es que muchas otras publicaciones de todo el mundo decidieran secundar su medida.

Aquí se puede leer el comunicado que la National Cartoonists Society difundió al respecto.

P. ¿Estamos hablando de censura o simplemente de una decisión empresarial?

R. Es un acto de censura en forma de decisión empresarial. Los editores siempre lo negarán, pero la viñeta ha sido lo primero en pasar por el aro cuando se han exigido recortes presupuestarios. Los dibujantes han estado luchando por la existencia de esta sección durante décadas, así que me temo que este incidente no es una simple excepción. Sin ir más lejos, otro claro ejemplo es el reciente despido del dibujante Michael DeAdder por esta viñeta. Es censura. No hay más.

P. Sucede en España, en Estados Unidos y en otros tantos países. Parece que las consecuencias de la comedia son más importantes que la propia comedia.

R. Absolutamente. Parece claro que hay una tendencia mundial hacia ser más cuidadoso con la forma de expresarse. Creo que es algo que ha crecido exponencialmente en los últimos cinco años, y no veo que vaya a desaparecer a corto plazo. Me sorprende que suceda también en España, aunque supongo que estas cosas han pasado a difundirse desde la ubicuidad de Internet y las redes sociales, por lo que no debería extrañarme. Creo que debemos tener en cuenta la importancia que tienen las palabras. Son poderosas y hay que saber el peso que tienen. Los gobiernos están cambiando políticas y formas de actuación únicamente por este motivo. Sin ir más lejos, a mí, por ejemplo, el presidente (Donald Trump) me bloqueó en Twitter, así que ya no veo sus tweets. Por increíble que parezca, hay situaciones en las que las palabras pueden derivar en situaciones de vida o muerte. Yo, por mi parte, procuro cuidar mis expresiones y ser consciente de las palabras que empleo en cada momento. Dicho esto, no estoy nada de acuerdo con la poscensura. Censurar tu propia voz por temor a que tus palabras se atribuyan a la peor interpretación posible es una forma de limitarse. Sabemos cómo funcionan las cosas en Internet, y es difícil (se detiene a pensar). A mí lo que más me impresiona de esto es que, una vez todo se ha desatado, no hay disculpa válida que alguien pueda ofrecer a la mafia que está pidiendo su cabeza. Ese radicalismo asusta y, ciertamente, anula cualquier oportunidad de crecimiento o enseñanza. Confío en que habrá un punto de inflexión, pero no veo el momento de que llegue. Los tiempos de confrontación en los que nos encontramos actualmente no son propicios para una conversación productiva; solo conducen hacia una mayor polarización y rabia.

GARABATOS RÁPIDOS

P. Tu dibujo favorito.

R. La portada de MAD Magazine del número de abril de 1974. Me la dieron como regalo cuando comencé a trabajar allí y desde entonces la tengo en la pared de mi estudio. Me entristece mucho saber cuál ha sido el desenlace de la revista cada vez que lo miro, pero es un dibujo fantástico que transmite todo lo que pretende.

MAD Magazine regalo Jason Chatfield

P. Alguien a quien admires.

R. Admiro a Al Jaffee. Tiene el récord Guinness por la carrera más larga en el cómic, habiendo dibujado en la revista MAD durante más tiempo que nadie. A día de hoy tiene 98 años y sigue trabajando. Espero tener ese tipo de suerte.

P. Una canción que te inspire.

R. Me encanta ‘Strange Meadow Lark‘ de Dave Brubeck. Siempre la he identificado como la banda sonora de la ciudad de Nueva York.

P. El libro de tu vida.

R. Mi libro favorito diría que es ‘Hitch 22‘, de Christopher Hitchens. Si mi vida fuera un libro probablemente se llamaría «Sí, este es mi verdadero acento».

P. Un podcast.

R. Aquí voy a barrer para casa y diré el mío. Hacemos un podcast semanal sobre cómo crear viñetas para The New Yorker. Se llama «¿Is There Something In This?» y me encanta hacerlo. Sería fantástico que los lectores lo escucharan y nos dejaran alguna sugerencia.

P. Una forma para relajarse.

R. Un buen baño relajante. Lo hago cada domingo desde hace tiempo y es el único ritual que realizo a lo largo de la semana. Saber cómo relajarse es una habilidad que se aprende y se perfecciona con el tiempo. Es increíblemente importante para todo el mundo, pero diría que especialmente para las personas creativas con mentes ocupadas.

P. Tu rincón favorito de Nueva York.

R. El Comedy Cellar, en Greenwich Village. Los mejores cómicos del mundo durante los siete días de la semana, 365 días al año.

Deja un comentario